lunes, 24 de julio de 2017

El texto que os comparto a continuación pertenece a una publicación de mi amiga psicóloga Reyes López, la cual ha redactado un texto que puede ayudar a muchos a verse a si mismos o como digo a mis alumnos en los cursos y talleres: Ser auto críticos con nosotros mismos y pararnos a analizar como somos con los demás.
Bien tras esta corta presentación os dejo su texto.

Tocho que no verá nadie porque no hay memes. Ahí va:

De deficientes comunicativos y parásitos de la atención.
He tenido mucho más presente en los últimos meses lo deficientes comunicativos que podemos llegar a ser (me incluyo). Realmente no nos paramos a analizar los mensajes que transmitimos a los demás y lo descuidadas que tenemos a algunas personas. Comencé por fijarme en la gente gris. Aquellos que viven con una permanente nube sobre sus cabezas, que te rebaten cada cumplido o atisbo de positividad que pudieras entregarles. Todo es fatídico y horrible, son los más desgraciados del mundo mundial y nunca, jamás, podrá ser de otra manera. O al menos eso se repiten hasta creérselo. Y lo más irónico es que esa aura catastrofista a menudo les perjudica en sus relaciones personales (lógicamente), y se preguntan por qué siendo buenas personas les ocurren estas cosas, y continúan con la espiral. Y no hablo de gente de depresión, sino personas que han adoptado ese papel de pobrecitos porque de alguna forma les es más cómodo que afrontar realidades duras. Este pantano de pena y autocompasión me horrorizó tanto que yo misma decidí callar. No tengo grandes problemas ni motivos para spammeárselos a los demás. Así que cambié completamente mi mentalidad, y decidí que los problemas no lo serían más. No son problemas, son eventos. Les quito la etiqueta, y con ella el componente negativo. Si alguien me pregunta sobre tal evento, puedo hablar de ello. Si no, generalmente me lo callo porque no lo considero ni interesante ni relevante.


Partiendo de ahí, cuando uno calla, escucha mucho más. Y hasta de escuchar se cansa uno. Vi entonces que, como razas de un MMORPG, todo estaba plagado de diferentes arquetipos comunicativos. Y no todos positivos. Me tomo la libertad de inventarme una nomenclatura para algunos de estos tipos: distinguimos, además de los ya mencionados grises, a los histriónicos, manipuladores, atencionales y fantasmas.

Los histriónicos han acabado con mi paciencia, porque son difícilmente ignorables. Son generalmente amigos o conocidos cercanos, que parecen completamente inteligentes y funcionales, pero que un día (o muchos) de repente cortocircuitan por una tontería nimia y hacen de ello el drama del siglo. Y como es normal, tú tienes en cuenta que para ellos el malestar es real, e intentas aliviar o como mínimo escuchar lo que tienen que decir. Pero, como en el cuento de la lechera, ese ínfimo detalle parece tener (en la imaginación de ellos) un efecto dominó brutal en temas trascendentales de sus vidas y bueno, poco menos que el apocalipsis llegará por ese detalle absurdo. El problema no es atender a esa persona; creo yo que a nadie le cuesta atender a una amistad sincera. El verdadero problema es darte cuenta de lo erróneo de la percepción del otro, que no se ajusta a la realidad ni asimila la importancia real, y por tanto la probabilidad inmensa de que se repita con cualquier otro accidente de nivel uno. Para entenderlo mejor pensad en los adolescentes, que por un “he discutido con mi padre” o “la chica que me gusta hoy me ha mirado raro” ya tienen drama para llenar hojas de diario.


La gente manipuladora creo que no hace falta ni definirla. Son simplemente aquellos que te hablan para conseguir algo. Yo los divido en manipuladores directos e indirectos. Los directos ni se molestan en disimularlo, suelen empezar la conversación con cosas como “Oye, ¿haces algo el jueves? ¿Me podrías llevar en coche a…?”, o con “Hola, ¿tienes el número de…?”. No hay más, con suerte se acuerdan de felicitarte en Navidad y ya está. Tampoco suelen molestar mucho, depende de cuántos favores necesiten. Más jodidos son los manipuladores indirectos, que interpretan el papel de persona atenta y maja intentando no dejar entrever su verdadero objetivo. Si se está atento es fácil calarlos. Un ejemplo reciente: hace unas semanas un tío del Adopta de no recuerdo qué otra provincia empezó a hablarme.

 Muy majo, la verdad, muy fluído todo. Me pidió el teléfono y continuamos por ahí. Yo, admitámoslo, no tengo un gran interés por los tíos del Adopta en general, a menos que vea una posibilidad real de quedar o, qué sé yo, que tengan una personalidad y unas ideas realmente impactantes. Así que me olvidé de este tío, no había guardado su número. Pasa el tiempo hasta que me vuelve a hablar, con lo típico de “estás desaparecida” o “ya no te acuerdas de mí” o vete a saber qué me dijo. Y muy pocas frases después me ofreció sexting, a lo que me negué alegando que es una práctica que no me atrae. Automáticamente cambió el chip de chico majo a “pues ya que no hay interés ni tenemos tanto en común y vivimos lejos bla bla bla mejor cada uno por su lado”. Y oye, sí, mejor. Hay gente a la que le cuesta muchísimo decir lo que quiere o lo que espera de la otra persona. Yo he intentado siempre ser lo más clara posible, pero también admito que si buscáis algo activamente, es muy mal marketing. La realidad es que poner las cartas sobre la mesa no es atractivo. La incertidumbre engancha mucho más, pese a que traiga infinidad de problemas y malentendidos.


Siguiendo con la clasificación, os voy a hablar de los atencionales o parásitos de la atención. Se identifican bajo una palabra común: Yo. Y la repiten mucho, y se nutren de ello. Viven a través de la atención que le dan los demás, no son nada si no lo escuchan retumbar en los oídos del otro. No me sirve de nada triunfar si no puedo contártelo, no porque lo sepas, sino por escucharme diciéndotelo mientras me miras. Siempre hay gente más habladora y gente más escuchadora, los atencionales son por supuesto de los primeros. Un parásito atencional va a buscar a uno o más escuchadores, pero no se va a interesar por ellos. Y si pregunta simulando interés, va a ser como excusa introductoria desde la que partir y reconducir pues la conversación en torno a su ombligo.  El escuchador o escuchadores acabarán dándose cuenta de esto, y aunque le dejen hablar, dejarán de poner atención a lo que dice. El atencional también se percatará de esto y buscará escuchadores nuevos. Los antiguos también lo agradecerán. Este es uno de los motivos por los que la gente va y viene en muchos casos. Tampoco se pierde gran cosa.


Los últimos que quiero destacar son los fantasmas. No sé hasta qué punto son negativos, sólo sé que no sé muy bien qué son. Es gente, con la que se tuvo relación fluída, pero ya no. Y ellos no dan nunca el primer paso. Y cuando lo damos nosotros, no parecen mostrar interés en absoluto. Aquí lo fácil es pensar simplemente que a esa persona ya no le interesas (respetable al 100%). Pero no, siguen ahí, no desaparecen y muy muy de vez en cuando dan algún atisbo de vida. Son raros, lo suficiente para descolocar. Ellos, cual fantasma, están y no están al mismo tiempo. Y no te hacen daño, te lo haces tú al “asustarte”. Es decir, depende de la importancia que les des y cuánto pienses en ellos.

Bueno Reyes, ¿y toda esta mierda para qué? (si es que hay alguien leyendo esto).
No es para entretener, porque no vivo de Facebook. No es para quejarme, porque quitando el hecho de que esté quemada con estas cosas, ni lo considero un gran problema ni necesito desahogo alguno. No es para estigmatizar, porque seguro que todos hemos tenido rachas así.

Es una invitación a que nos paremos a pensar en cómo nos comunicamos con los demás. No creo que exista la gente tóxica; creo que existen formas tóxicas de relacionarse, y esto es algo que uno puede decidir cambiar o no.  Sé que es altamente probable que yo le haya resultado tóxica a gente, o que me haya podido encasillar en algunos de los grupos de arriba en algún momento de mi vida. Sé que aun habiéndome dado cuenta de esto hay algunas cosas que sigo haciendo mal, y soy consciente de que algunas las cambiaré y otras no. Pero soy consecuente con ello. No suelo iniciar conversaciones muy a menudo, hay gente a la que nunca, de hecho. Tengo amigos y amigas a las que nunca escribo, y pueden pasar meses y meses sin saber de ellos. Y entiendo que en esos casos puedan pensar que no me interesan, porque no estoy demostrando lo contrario. Podría cambiar eso. Podría, pero no creo que lo haga… Porque veo como fundamental estar ahí cuando te necesitan, y yo estoy aquí siempre. El resto en ocasiones son abalorios y florituras. Y, además, qué cojones, soy muy dejada para esas cosas. Volviendo a lo de antes…

Salvo el ejemplo del tío del Adopta, puedo decir con total honestidad que no estaba pensando en nadie concreto al hacer las categorías. Tengo la suerte o la desgracia, según dicen, de transmitir cierta confianza. La gente llega, me habla, y yo escucho (soy escuchadora, qué le vamos a hacer). Y me cruzo con frecuencia con este tipo de comportamientos de amigos y cercanos también. A algunos les advierto, a otros aún no lo he hecho, pero escribiendo esto casi que me desentiendo. No me va a importar nunca intentar echar una mano si ocurre algo malo, todos tenemos problemas, pero veo importante medir el calibre que tienen y tratarlos en función, y no olvidar que una conversación es bidireccional. Si hay alguien que te escucha (cualquiera, no hablo de mí), valóralo. Si hay alguien que intenta aportarte soluciones, ayudarte o darte apoyo de cualquier tipo, agradéceselo. Si te interesa esa persona, no des por hecho que lo sabe; demuéstraselo. Si crees que no lo estás haciendo bien, rectifica, que no pasa nada.

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